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Historia de seducción con una camarera

**Memorias de un seductor directo y examinador… Año 2002 aprox

Fernando y yo teníamos asignados un salón cada uno dentro de uno de esos horripilantes y gigantescos restaurantes especializados en banquetes. Éste en concreto debía estar entre los tres más horripilantes del mundo. Cuando había doblete él era el cantante de uno y yo de otro, a no ser que sólo hubiera un evento. Entonces uníamos nuestras voces ante trescientos invitados, maleducados y borrachos en su mayoría. Al acabar la actuación y recogiendo cables, se acercaron tres invitadas para averiguar nuestros planes inmediatos.

Si bien es cierto que estar en un escenario ya te sitúa en un marco potente, es imprescindible que te lo creas. Y en eso siempre me ha llevado ventaja Fernando. Un escenario en Wembley ante cien mil espectadores cantando tus propias canciones me sugiere mucho, y es muy probable que existan pocas personas que sean tan susceptibles como yo para el pavoneo en ese caso. Pero mi problema en este ámbito, siempre ha sido que nunca he valorado, como podría haberlo hecho, el cantar los éxitos del verano. En el teatro, en mis actuaciones con mis grupos de rock o tocando el piano en hoteles y eventos ha sido otra cosa. Le he sacado bastante partido.

Fernando, en cambio, se siente como pez en el agua. Es mucho más profesional que yo en ese aspecto. Y con ello no quiero decir que se trate de cosas excluyentes. Creedme que, aunque Fernando sea un profesional en el escenario de un restaurante de bodas, también podría serlo en uno del Monsters of Rock. Él en concreto sí. En cualquier caso, yo decidí hace pocos años no volver nunca más a cantar en bodas y no sabéis cuanto me lo agradezco.
Además de por su atractivo, esta breve explicación sirve para justificar que las miradas se centrasen casi en exclusiva en Fernando que, como he apuntado, se encontraba bastante animado.

Y es que, acabar de trabajar a las tres de la mañana el día fuerte del fin de semana y además haber consumido una copa, elemento imprescindible para hacer digna una interpretación del “chacachá del tren”, te obliga sin remedio a buscar aventuras en cuanto recoges el último cable de tu actuación, fuera del horrible mundo de las celebraciones de nupcias. Durante más de seis años, al acabar de cantar salíamos de fiesta.

Así que acordamos acompañar a esas tres chicas por la zona un rato. Nos llevaron a una discoteca cerca del polígono industrial. El cansancio y el desinterés marcaron mis primeras palabras. No estaba con ganas de seducir a nadie ni como “hobbie”. Así que mantuve una actitud cortés permitiendo que Fernando disfrutara de halagos sutiles y silenciosos ¡Que noche tan aburrida iba a ser aquella! Ninguna de las tres contestaba con ingenio a mis propuestas de esgrima verbal. Una hora después ya no podía más. Así que, convencido de que la noche no iba a calificarse como memorable, me dirigí a la barra preparado para consumir e imaginar. Pero cuál fue mi sorpresa al encontrarme a una belleza morena de facciones celestiales, ropa agresiva y una boca apetecible. ¡El corazón empezó a latirme a toda velocidad!

como seducir a camarera

Su cuerpo era delgado. Enseñaba un ombligo arriba de unas caderas semidesnudas. El pantalón vaquero bajo apretaba la redondez de un culo alto. Lacio y moreno, su pelo no exhibía artificios. Me quedé deslumbrado. Y es que la noche a veces te regala cosas cuando menos te lo esperas. Ella se movía con un ritmo constante pero no frenético. Con lo cual deduje que podría mantener una conversación, entrecortada pero constante. Saqué del repertorio la actitud de tímido pícaro. ¿Por qué? Porque ella me imponía mucho, porque mi timidez era real y porque una camarera está acostumbrada a que hombres alcoholizados, y por tanto envalentonados, la avasallen con insinuaciones sexuales o descorteses. Así que probé un poco de educación sin evitar comunicar interés y atracción.

—Hola. ¿Puedes ponerme un JB solo, por favor?
—¿Con hielo?
—Efectivamente. —Sonreí— Con hielo.
Ella sonrió. Mi plan debía ser una mezcla de indirecto y directo. Algo que implicara interés sexual por mi parte pero, a su vez, tenía que desmarcarme de las legiones de pretendientes que la acechaban incluso delante de mí. Al traérmelo, la recibí con una mirada intensa. Una muestra inequívoca de que la observaba, evitando las muecas sexuales. Quería que percibiese que había algo en ella que me intrigaba.
—Siete euros.
—Toma. Muchas gracias —me retiré de la barra con una sonrisa en los labios y manteniendo mi mirada. Ella volvió a sonreír. Objetivo cumplido. Mi lenguaje no verbal había sido eficaz. Ella percibió en mí un chico con un interés en ella poco habitual y de forma refleja le había provocado dos sonrisas.
Volví a la pandilla donde Fernando seguía con lo suyo. Las tres chicas estaban embobadas escuchándolo. Pero a mi llegada una de ellas me cogió del brazo y me preguntó algo personal. Con ello pareció dejar claro que había sitio para mí en el pozo de los deseos. Contesté con cierta gracia, pero mi mente estaba en otra cosa. Contestaba y preguntaba a mi contertulia con bastante mérito para el escaso interés que ella me generaba. Yo estaba en otra guerra, y en ese momento buscaba la forma exprés de conseguir interesar a la camarera.
Me bebí lo más rápido que pude el cubata mientras contestaba monosílabos a los murmullos que me llegaban de la conversación general. Fernando estaba más falcado que un Cristo en el despacho del director de cualquier colegio agustino y resolví largarme de allí cuanto antes. Contemplé a la camarera desde lejos. ¡Me estaba enamorando hasta las trancas! Algo tenía que hacer y no sabía qué.
Por aquellos tiempos eso yo ni me había planteado que algún día existiría el DIRECTO EXAMINADOR. Hubiera sido como decirle a un troglodita que tuviera en cuenta que existen discos duros con conexión USB de color rosa metalizado. Me enfrentaba a la improvisación instintiva contra un monstruo quince veces más grande que yo. Pero tenía claras dos cosas. Una, que yo quería hacerme con esa chica; y dos, que no podía comportarme como el resto. Así que me acerqué y saqué algunas conclusiones. Ella era camarera de una discoteca sita en un polígono industrial de pueblo. Y entonces se me encendió una bombilla.
—Hola. ¿Me pones otro, por favor?
—Claro. ¿Era JB solo?
—Es evidente que eres la mejor camarera del mundo.
—Gracias —
 —Te estoy mirando y aparte de que tu belleza es impresionante —marqué una pausa hasta conseguir de ella una sonrisa de vergüenza— tengo la sensación de que eres la persona perfecta para algo que llevo entre manos ahora mismo.
—¿El qué?
—Estoy buscando una chica para un papel en un corto. Es un papel de pocas palabras pero de muchos planos. Para una protagonista cuya belleza y situación debe hacer llorar de la emoción. Se trata de la historia de una chica que no se conforma con su mundo y decide tomar una decisión muy dolorosa pero que cambia su vida para siempre. Y tú, sencillamente eres perfecta. Te estoy mirando y no puedo dejar de verte en el corto.
—¡Joder!
Ella sonreía nerviosa, muy interesada, y agradecida por haber visto en ella una protagonista tan extraordinaria. No creo que haga falta decir que, por aquel entonces, ni yo tenía entre manos un corto, ni había protagonista en ningún guión, ni nada de nada de nada. Pero tenía claro como el agua que ahora pocas cosas tenía tan claras como escribir un corto y hacerlo con quien fuera para que esa chica saliera en una pantalla.

ligar con una camarera
—Pero es que yo nunca he hecho nada como actriz.
—Creo que para tu papel no va a hacer falta que tengas experiencia. Te estoy mirando y, disculpa si te incomodo, pero al menos a mí me emocionas.
—Gracias —me volvió a decir.
El monstruo quince veces más grande que yo ahora era una criatura diminuta a merced de mis palabras. Me asustó incluso la vertiginosidad del vuelco del marco. Ahora esa diosa era una niña sonrojada que dejaba de atender a los clientes para mirarme, estudiarme y escucharme.
Fue ella la que se presentó.
—¿Quieres un chupito? Bueno, me llamo N, ¿y tú?
—Soy Egoh. Y sólo me lo tomaré si te lo tomas conmigo.
No me lo podía creer. La camarera más salvaje que había visto en mi vida me estaba invitando a chupitos queriendo saber mi nombre. En ese momento contenía la euforia como podía. Pero os puedo asegurar que si alguien me hubiera retado en una apuesta a que se puede volar, hubiera volcado mi cartera en la casilla del sí. Supuse entonces que me encontraba en el momento de asegurarme lo obtenido. Me voy, y así evito cagarla. Aunque ahora sí entendemos lo que ocurrió, yo no tenía muy claro qué diablos había pasado para estar con la sartén por el mango en tan poco tiempo. Por una parte quería largarme pitando de allí con el trofeo de su sonrisa y este recuerdo tan grandioso. Y, por otra, quería averiguar qué es capaz de ofrecer la vida cuando uno rompe los hábitos habituales y se convierte en un valiente.
Ella iba y venía al rincón de la barra donde yo estaba. Me sonreía desde la distancia, se arreglaba el pelo y me miraba. Me dedicaba caras de aburrimiento al atender a otros clientes dándoles la espalda para ofrecerme su expreso interés.
Me preguntó cosas sobre mi edad. ¡Mi edad! Me preguntó incluso si tenía novia. Le dije la verdad. Hacía muy poco lo había dejado con una chica con la que llevaba seis años y ella se apresuró a informarme de que también lo acababa de dejar con alguien de mucho tiempo.
—Y dime una cosa, N. ¿Eres consciente de que esta noche me voy a ir muy ilusionado a casa?
—¡Ja ja! No.
—Pues, N, creo que necesitaba justo esto en mi vida. Eres la chica más guapa que he visto en mucho tiempo. Me siento inmerso en una conversación apasionante contigo y además vas a protagonizar mi corto. Esto a mí no me pasa todos los días.
—A mí tampoco. Te lo aseguro. Eres un chico… —levantó las cejas e hizo un corte con la palma de la mano en el aire. No pudo acabar la frase. Pero me sentí más halagado que si me hubiera dicho cualquier palabra.
Mis observaciones habrán sido acertadas. Para esta chica los temas que no le rondan diariamente como cortos y emociones, eran muy eficaces. En ese momento llegó Fernando y nada más presentarlo me lo llevé de allí a toda velocidad con alguna excusa para evitar que saliera a la luz mi nula relación con los cortometrajes.
Le conté la historia y me dio la enhorabuena.
—Me has dejado solo con esas tres.
—Amigo, vamos a ver cómo te explico que acabo de encontrar a la mujer de mi vida. Me quiero casar con ella mañana mismo y quiero tener seis hijos.
—¡Ja ja ja! Sí que está bien la chica. ¿Y qué hago yo con esas?
—Pues fóllatelas por turnos. A mí, por favor, no me desconcentres.
—¿Pero tienes su número?
—No, pero lo voy a tener.
Dejé pasar unos minutos en el baño. Cualquier corrección de mi peinado ante el espejo me parecía insatisfactoria.
Volvía a la barra y esperé a que pudiera acercarse.
—N. Dame tu teléfono y te llamo esta semana.
—Claro.
Trajo un papelito con su número y aproveché para olerle el pelo. Era un olor tan excitante.
—Vale, N. Pues te llamo esta…
—Dame el tuyo, Luis. Vamos a cerrar ya y tengo que hacer la caja. Luego tengo que llevar a una amiga a casa y no voy a poder estar contigo —me dijo con naturalidad. Yo accedí tan veloz como pude.
La despedida era inminente y sabía que mis últimas palabras debían estar a la altura de las expectativas.
—N. Voy a llamarte por lo del corto. Pero quiero que sepas que me has ilusionado en muchos aspectos. Y hace mucho tiempo que nadie lo ha conseguido.
—Gracias.
Mis palabras no pueden expresar su sonrisa.
—Tú también me has alegrado la noche.
Al acercarnos le di un beso en la comisura de los labios. Ella no lo evitó.
Acudí a la conversación de mi amigo y las chicas con una energía muy por encima del resto. Estaba eufórico. Muy eufórico. Fernando ya no podía más. Se había aburrido incluso de ligarse a las tres.
N. la maravillosa N o, como yo la llamo, “ mi pato” nunca fue la protagonista de ningún corto. Pero poco tiempo después yo empecé a dedicarme al teatro y a los cortometrajes. Ahora mi relación con los cortometrajes es profesional. Pero guardo una relación muy especial con una de las chicas más generosas y humanas que nunca he conocido. ¿Y sabéis qué? ¡Sigue siendo preciosa!

 

La inglesa en la disco. Seducción nocturna

 

-¿Pero tú de dónde sales? (Quizás una de las frases que más he escuchado últimamente. Al principio me sorprendía y me halagaba. Ahora apenas me llamaba la atención.) ¿Pero tú de dónde has salido?. Repitió ella con los ojos abiertos como platos y una expresión que denotaba asombro y deseo a partes iguales.

Si te lo dijera nos veríamos obligados a huir juntos y escondernos en alguna isla recóndita– Le contesté yo.

 

Ella era una inglesa de entre 25 y 30 años, rubia, delgada, de facciones armónicas, con escote sugerente y una camisa y pantalones vaqueros que realzaban su cadera y estilizadas piernas.

Nos habíamos conocido en una discoteca de esas que me gustan a mí. Poco pijerío, música rockera, buen ambiente y gente atractiva. Era carnaval y por si no lo sabíais a mi me da por ponerme corbata en fechas tan señaladas como esa. Nuestras miradas se habían cruzado cerca de la barra y la sonrisa que le dediqué dejó claras mis intenciones. Me acerqué mientras ella estaba pidiendo una copa.

-Por cómo te vistes tienes pinta de saber algo de estilo. ¿Cómo me ves esta noche?

 Ella sonrió.

-No está mal– contestó con buen español pero innegable acento inglés –Pero llevas la corbata un poco suelta

Mientras lo decía, sus manos se dirigieron al cuello de mi camisa y empezó a ajustarme la corbata. Señores, si hay algún indicador de interés más grande que una chica dedicándose a arreglarte la corbata, que bajen los dioses de la mandanga y me lo digan.

 

-¿Te das cuenta de que ahora sería muy descortés por mi parte no presentarme? Yo soy Pau, ¿tú eres…?

Rachel– respondió mientras nos dábamos un par de besos.

-Rachel, está muy claro que no eres de aquí y que entiendes más que yo de nudos de corbata. Cuéntame.

 

Mientras nos tomábamos nuestra copa me explicó que era londinense, que llevaba un año trabajando como profesora de inglés y que estaba con sus alumnos celebrando el fin del semestre. Mientras lo hacía y ante la constatación de que se trataba de una chica atractiva, yo me dediqué a escucharla, observarla y cualificarla con humor.

Ante chicas atractivas me suelo decantar por lo que yo llamo cualificación inversa. Me centro en cualificarlas predominantemente por factores conductuales o textuales (sin obviar el aspecto físico)  mientras que ante chicas no tan atractivas pero igualmente estimulantes intento realzar de forma creíble sus atributos físicos. No sé si sería una cita de Ovidio pero el lema vendría a ser algo así como “a la guapa, dile que es lista. Y a la lista, dile que es guapa”. De esta forma nos desmarcamos del resto de hombres: las chicas atractivas son conscientes de la influencia de su físico sobre los hombres, pero no están acostumbradas a que las valoren por otros atributos.

Decidí ir animando la conversación y sexualizar. Al fin y al cabo era carnaval.

 

-Como profesora de idiomas seguramente tendrás un vocabulario muy amplio. ¿Si tuvieras que definirte con dos adjetivos cuales usarías?

-Mmm, no sé… ¿Divertida e inglesa? Dijo a carcajadas.

-Ya, pues a mi me gustan las mujeres divertidas y que suponen un estímulo intelectual. Lo de si son inglesas o no lo dejo a elección suya

 

Ella río. Cada vez se la veía más atraída. Empecé a jugar fuerte:

 

-¿Y cómo te gustan a ti los hombres?

-Yo diría que atléticos, divertidos y honestos

-¿Morenos?- La interrumpí.

-Sí, morenos también

-¿Y altos? ¿Así como de 1,85?

-Claro

-Pues lo siento pero no encajo para nada en tu descripción

Volvió a reír divertida. Así que era el momento ideal para hacer un narrador de aquello que estaba pasando entre nosotros.

-¿Te das cuenta de lo bien que nos lo estamos pasando juntos pese a que sólo nos conocemos de 5 minutos? Imagínate lo genial que nos podemos llegar a caer si nos hacemos novios

 Y entonces, ella pronunció las palabras mágicas. Aquellas que parecen entremezclarse con música celestial cada vez que las escucho. Aquellas palabras que significan que algo precioso va a pasar en breve con sólo desearlo.

 

-Ya… Eso se lo dirás a todas

-Quizás- le dije yo evidenciando mi mirada de deseo –pero no todas tienen un culo tan irresistible como el tuyo- Eso fue suficiente para colmar el vaso. Sus neuronas cortocircuitaron y no pudo negar más la evidencia.

-¿Pero tú de dónde sales? ¿De dónde has salido?

 

Me cogió del brazo y en un instante me arrastró hasta la otra punta de la discoteca donde se encontraban sus alumnos y el resto de profesores. Una vez allí me los presentó uno a uno para acto seguido lanzarse a mi boca sin que yo pudiera mediar palabra. Como si fuera un trofeo que debía ser exhibido. Como comprenderéis, yo estaba bastante sorprendido ante el arrebato de fogosidad de mi amiga, así que en un despiste suyo aproveché para acercarme a una chica de su grupo y preguntarle si realmente era su profesora de inglés. «Sí, estamos alucinando, ¡el lunes tenemos clase con ella!».

 

¡Viva Inglaterra!

 

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Hace exactamente una semana me encontraba paseando por mi ciudad tras despedir a un alumno de un taller personalizado. Había sido un éxito y como tras cada taller, me sentía extenuado. De pronto ví una tienda de animales que no conocía. Está bien que la gente emprenda negocios en los tiempos que corren. Me acerqué al escaparate y me quedé petrificado:

Ante mi, dos tortugas geocleone pardalis de más de un palmo cada una. Tortugas terrestres leopardo.

La gente que me conoce sabe que si hay cuatro cosas en la vida que me encantan son las chicas, el rock, las tortugas y leer filosofía. Las cuatro siguientes cosas que más me gustan podrían ser perfectamente quejarme de las chicas, quejarme del rock, quejarme de las tortugas y criticar a los filósofos. Aunque las cuatro siguientes serían criticar a los que se quejan de las chicas, a los críticos de rock, a los que se quejan de las tortugas y a esos tipos que leen a filósofos para luego criticarlos.

 

El caso es que eran preciosas. Entré ilusionado a la tienda para encontrarme con una chica delgada y castaña. De rasgos atractivos y piel lechosa. Iba con una especie de bata verde. Como si fuera una veterinaria.

Me saludó con una sonrisa amable y al preguntarme qué deseaba le dije que conocer el precio de las tortugas.

-No están en venta. Son mías.

-¡Vaya!- contesté sorprendido. Era evidente que si eran suyas me tenía que enamorar de ella. Éramos la pareja perfecta. Tortugueros, altos y guapos. Yo podría tocar el ukelele en nuestro jardín mientras ella me acariciara el pelo delante de nuestras tortugas gigantes. Viviríamos en una humilde casa de campo y seríamos felices. Criaríamos tortugas y no las pondríamos a la venta. Mi mensaje era claro. Ahora sólo tenia que adecuarlo para que no se asustara. Yo era un chico y ella una chica. ¡Los dos deberíamos querer lo mismo!

¿Pues sabes que eres la primera chica atractiva que conozco que le gustan las tortugas?

Ella sonrió al darme las gracias antes de decirme que ella sí conocía.

¿Por qué elegiste pardalis?– le pregunté.

Son fáciles de criar. Se hacen grandes y a mi me gustan los animales grandes.

Yo soy un animal grande!– le dije. Ella rió y miró hacia abajo.

Era una tierna chica amante de los animales grandes y yo no dejaba de pensar en nuestro futuro jardín de tortugas grandes, perros grandes y plantas grandes.

Me fascinan las tortugas terrestres. Pero me fascinan más las chicas a las cuales les fascinan. No tengo novia, espero que tú no tengas novio y me parece que, como amante de las tortugas y como chica deberíamos tomar un café, hablar de tortugas, de ti y de mi. ¿Qué me dices?

-¡Vaya! ¡Qué directo!

-No puedo ser más sincero.

-Yo tampoco tengo pareja.

-¡Maravilloso! De todas formas, como tú no eres tan apasionado como yo, quedaremos como amigos, nos conoceremos te compraré tortugas que sí vendas y, si nuestras pardalis se llevan bien, incluso puede que quedemos a cenar algun día. ¿Qué te parece?- le pregunté utilizando los MENSAJES BILATERALES.

-Me parece bien por una parte pero mal por otra.

-¿Qué parte te parece mal?

-Pues que eres un desconocido y no acostumbro a decir que sí a los chicos que entran por la puerta y en dos minutos me proponen cenas.

-¿Te pasa muy amenudo?-dije con cierta gracia.

-No.

-A mi tampoco. En eso nos parecemos.

-¿Pero por qué quieres quedar conmigo tan rápido? ¿Lo normal es conocerse un poco más, no te parece?

Me dí cuenta de que me había pasado de fulgurante. Había utilizado los mensajes bilaterales, le había dado motivos, pero estaba demasiado shockeada. Apelé a su empatía con una de mis herramientas preferidas:

-Ponte en mi piel: ¿Qué harías tú si fueras yo, entras a una tienda, ves a una chica atractiva, que comparte tu pasión por las tortugas y encima es prudente y no quiere quedar con desconocidos?

Ella se me quedó mirando un par de segundos.

-Pues creo que hablar más con ella porque si no puede que crea que esto es una cámara oculta.

Bueno, la cosa estaba clara. Quería tiempo.

-Está bien. Tienes razón. Entiendo que cueste de asimilar algo así.

Introduje entonces mi herramienta “Yo estuve allí”.

-Yo antes también era una persona que necesitaba más protocolos para conocer a alguien. Hasta que un día me dí cuenta de que no ganaba nada con la desconfianza. Desde entonces la gente dice que soy más espontáneo. Y desde luego me siento más libre.

-¿Tienes respuesta para todo?

-Si es para explicar lo que quiero y lo que siento sí. ¿Nos vemos hoy a las 9 en el bar de ahí enfrente y nos ponemos guapos?

-A las diez y así me da tiempo a cambiarme.

 

 

Os iré relatando como se han sucedido las citas. Es clamoroso como funciona todo lo que me escucho de decir a mis alumnos. A veces, hasta dá miedo.

siempre vuestro

Egoh

 

Hace exactamente una semana me encontraba paseando por mi ciudad tras despedir a un alumno de un taller personalizado. Había sido un éxito y como tras cada taller, me sentía extenuado. De pronto ví una tienda de animales que no conocía. Está bien que la gente emprenda negocios en los tiempos que corren. Me acerqué al escaparate y me quedé petrificado:

Ante mi, dos tortugas geocleone pardalis de más de un palmo cada una. Tortugas terrestres leopardo.

La gente que me conoce sabe que si hay cuatro cosas en la vida que me encantan son las chicas, el rock, las tortugas y leer filosofía. Las cuatro siguientes cosas que más me gustan podrían ser perfectamente quejarme de las chicas, quejarme del rock, quejarme de las tortugas y criticar a los filósofos. Aunque las cuatro siguientes serían criticar a los que se quejan de las chicas, a los críticos de rock, a los que se quejan de las tortugas y a esos tipos que leen a filósofos para luego criticarlos.

 

El caso es que eran preciosas. Entré ilusionado a la tienda para encontrarme con una chica delgada y castaña. De rasgos atractivos y piel lechosa. Iba con una especie de bata verde. Como si fuera una veterinaria.

Me saludó con una sonrisa amable y al preguntarme qué deseaba le dije que conocer el precio de las tortugas.

-No están en venta. Son mías.

-¡Vaya!- contesté sorprendido. Era evidente que si eran suyas me tenía que enamorar de ella. Éramos la pareja perfecta. Tortugueros, altos y guapos. Yo podría tocar el ukelele en nuestro jardín mientras ella me acariciara el pelo delante de nuestras tortugas gigantes. Viviríamos en una humilde casa de campo y seríamos felices. Criaríamos tortugas y no las pondríamos a la venta. Mi mensaje era claro. Ahora sólo tenia que adecuarlo para que no se asustara. Yo era un chico y ella una chica. ¡Los dos deberíamos querer lo mismo!

¿Pues sabes que eres la primera chica atractiva que conozco que le gustan las tortugas?

Ella sonrió al darme las gracias antes de decirme que ella sí conocía.

¿Por qué elegiste pardalis?– le pregunté.

Son fáciles de criar. Se hacen grandes y a mi me gustan los animales grandes.

Yo soy un animal grande!– le dije. Ella rió y miró hacia abajo.

Era una tierna chica amante de los animales grandes y yo no dejaba de pensar en nuestro futuro jardín de tortugas grandes, perros grandes y plantas grandes.

Me fascinan las tortugas terrestres. Pero me fascinan más las chicas a las cuales les fascinan. No tengo novia, espero que tú no tengas novio y me parece que, como amante de las tortugas y como chica deberíamos tomar un café, hablar de tortugas, de ti y de mi. ¿Qué me dices?

-¡Vaya! ¡Qué directo!

-No puedo ser más sincero.

-Yo tampoco tengo pareja.

-¡Maravilloso! De todas formas, como tú no eres tan apasionado como yo, quedaremos como amigos, nos conoceremos te compraré tortugas que sí vendas y, si nuestras pardalis se llevan bien, incluso puede que quedemos a cenar algun día. ¿Qué te parece?- le pregunté utilizando los MENSAJES BILATERALES.

-Me parece bien por una parte pero mal por otra.

-¿Qué parte te parece mal?

-Pues que eres un desconocido y no acostumbro a decir que sí a los chicos que entran por la puerta y en dos minutos me proponen cenas.

-¿Te pasa muy amenudo?-dije con cierta gracia.

-No.

-A mi tampoco. En eso nos parecemos.

-¿Pero por qué quieres quedar conmigo tan rápido? ¿Lo normal es conocerse un poco más, no te parece?

Me dí cuenta de que me había pasado de fulgurante. Había utilizado los mensajes bilaterales, le había dado motivos, pero estaba demasiado shockeada. Apelé a su empatía con una de mis herramientas preferidas:

-Ponte en mi piel: ¿Qué harías tú si fueras yo, entras a una tienda, ves a una chica atractiva, que comparte tu pasión por las tortugas y encima es prudente y no quiere quedar con desconocidos?

Ella se me quedó mirando un par de segundos.

-Pues creo que hablar más con ella porque si no puede que crea que esto es una cámara oculta.

Bueno, la cosa estaba clara. Quería tiempo.

-Está bien. Tienes razón. Entiendo que cueste de asimilar algo así.

Introduje entonces mi herramienta “Yo estuve allí”.

-Yo antes también era una persona que necesitaba más protocolos para conocer a alguien. Hasta que un día me dí cuenta de que no ganaba nada con la desconfianza. Desde entonces la gente dice que soy más espontáneo. Y desde luego me siento más libre.

-¿Tienes respuesta para todo?

-Si es para explicar lo que quiero y lo que siento sí. ¿Nos vemos hoy a las 9 en el bar de ahí enfrente y nos ponemos guapos?

-A las diez y así me da tiempo a cambiarme.

 

 

Os iré relatando como se han sucedido las citas. Es clamoroso como funciona todo lo que me escucho de decir a mis alumnos. A veces, hasta dá miedo.

siempre vuestro

Egoh

 

 

 

El teléfono sonó y para mi sorpresa era… ¡Luna! Dudé un par de segundos hasta que mi compañera de mesa me dijo…

 

-¿No vas a cogerlo?

 

-¡Claro! Hola, Luna. ¿Cómo estás?

 

-Pues esperándote desde hace veinte minutos.

 

-¿Qué?

 

¡Mierda! Había olvidado que esa noche tenía que ir al cine con una profesora de ballet clásico con la que mantengo una relación de amigos con derecho ha roce desde un par de años, y ya había sufrido bastantes altibajos por mi culpa… Nunca se había planteado ni siquiera una posible relación seria, pero no era la primera vez que mi memoria me fallaba con ella y anulaba alguna de nuestras citas.

 

Miré a mi castaña tortuguera… Ella estaba haciendo lo mismo conmigo con gesto curioso. Pasó un segundo, pero a mi se me hizo toda un cúmulo de eones.

 

-Luis?- escuché al teléfono.

 

Pensé como en otra circusntancia “¿qué coño haría egoland si estuviera aquí?” 

 

Lo primero que me vino fue acudir al espectador de la película subtitulada. ¡Pero qué cojones! ¡Aquí no había que entender la interacción, ni interpretar lo que estaba sucediendo entre la chica que tenía delante y yo! ¡Esto era el METAESPECTADOR DE LA PELÍCULA SUBTITULADA! ¡Era la madre de todas cagadas! ¡Era el típico lío de las películas del cine! ¡La comedia romántica americana en pleno centro de Valencia! ¡El bodevil del golfo despistado! ¡Ni herramientas de seducción, ni métodos, ni pollas en vinagre!

 

-Sí. Cambio de planes. Tengo una sorpresa para tí.

 

-¿Que tienes una sorpresa para mi? El cine empieza en veinte minutos y tengo tu entrada. Vente ahora mismo o me enfado de verdad, Luisito. 

 

Recuerdo perfectamente el tono de ese “Luisito”. No me gustó nada. Mientras escuchaba eso miré a mi compañera de mesa. Le sonreí sin querer. Ella hizo lo mismo. Me dió la sensación de que intuía perfectamente lo que estaba pasando.

 

Imagino que a todos os ha pasado este tipo de situaciones donde no sabes muy bien que hacer. Si simular un infarto, decirles claramente la verdad a todas, invocar al demonio para que se aparezca y lo tuyo quede en algo intrascendente, etc…

 

-Ok. ¿Donde habíamos quedado?

 

-En los cines ABC Park. En veinte minutos te quiero aquí.

 

Entonces me levanté de la mesa. Me alejé unos metros y le dije a Luna con voz sugerente.

 

-Luna, estoy con una persona, reconozco que no recordaba exactamente a qué hora había quedado contigo, así que entiendo que puedas enfadarte. (MENSAJES BILATERALES) ¿Pero qué te parece mi superplan?… Cambia las entradas por la siguiente sesión, elige un restaurante molón y romántico y en un hora te invito a cenar, vemos la peli que tú elijas y cuando lleguemos a casa te hago un masaje que jamás olvidarás…

 

-¡Qué cabronazo eres! ¿Estás con una chica?

 

-Estoy con una persona que tiene una tienda de tortugas.

 

-¿Pero es chica?

 

-Pues si te dijera que no lo parece te mentiría. Pero ya sabes como está el tema de la cirugía plástica últimamente.¡Cualquier sabe! JA JAJAJA.

 

-¿Me dejas plantada por otra?

 

-Es sólo una amiga. Tú piensa en el restaurante y en el masaje… ¿qué me dices? Sólo una hora.

 

-Menos mal que no somos novios. Si no te mataría…

 

-No te merezco, Luna. Lo sabemos los dos.

 

-Está bien. Pero quiero un masaje de una hora y prepárate para un restaurante caro.

 

-Eres un encanto. Nos vemos en una hora.

 

CONCLUSIÓN:

 

1ºMensajes bilaterales

 

2º ganar/ganar

 

3º sinceridad bien planteada.

 

4º Y lo más importante… Una mujer inteligente, comprensiva y que me conoce.

 

 

 

Volví a mi mesa donde me esperaba la chica de la tienda de tortugas

 

-¿No me vas a decir después de hacerme venir y ponerte guapa que me dejas por otra?

 

-¡Qué cosas tienes! No. Pero sí te voy a decir que efectívamente yo iba muy deprisa, tú y yo apenas nos conocemos y tenemos que ir mucho más despacio. Así que ahora seguimos charlando y en 45 minutos me voy.

 

Me preguntó si era mi novia y que por qué había quedado con ella si había quedado con otra persona. Le expliqué que sólo era una buena amiga y que mi memoria no era mi fuerte. Que efectívamente en veinte minutos debía haberme presentado en un cine y que no lo iba hacer para quedarme con ella un rato más.

 

Una vez más Ganar/Ganar.

 

-¿Eres de esos chicos que va de flor en flor?

 

-Le dije que en este momento de mi vida, aunque no era mi objetivo por falta de tiempo, sí. Era soltero y no tenía ninguna relación reseñable.

 

-Yo no soy así. Me dijo. Yo sólo me acuesto con alguien si hay algo realmente especial.

 

¡CUANTAS VECES HABRÉ ESCUCHADO ESA FRASE EN VIDA!

 

En otro momento hubiera utilizado alguna herramienta para intentar desmontarle el argumento, fortalecer mi marco, persuadirla, etc. Pero lo ví tan positivo!!! Que no pude por menos que decirle que NO CAMBIARA. Que era maravilloso que hayan chicas que tengan esa forma de pensar.

 

-A mi lo que me pasa es que intento ver lo especial en cada una de ellas, y cuando me acuesto con alguien lo hago con la intención de aumentar la intensidad de esa “especialidad” que se supone tenemos. O dicho de otro modo:

 

PARA MÍ EL SEXO NO ES UN FIN SINO UNA FORMA DE CONOCERSE MÁS.

 

Hablamos de sus relaciones. Efectívamente sólo había tenido un par de novios durante años. Pasamos los 45 minutos charlando de una forma cálida, intensa pero poco apasionada. Era una chica dulce, tierna y conservadora con unos pilares de su autoconcepto sólidos.

 

Le dije que me tenía que marchar.

 

-¿Me vas a llamar?

 

-Claro. Pero quiero que sepas que somos muy diferentes. Quizá por eso me atraes.-le dije en un tono cariñoso.

 

Ella sonrió y nos dimos los teléfonos. Al despedirnos le dí un dulce beso en la comisura de los labios. Ella quedó quieta. Esperando más de mí… Pero no me surgió en absoluto.

 

Al llegar al lugar de mi cita con Luna la encontré superatractiva. Y sabía de buena tinta que ahora me la tenía que ganar…

 

 

 

 

 

SIEMPRE VUESTRO,

 

EGOH

 

La cafetería de un vagón de tren suele ser el lugar donde más habitualmente se me encuebtra un domingo por la tarde. Tras los talleres del fin de semana, leo el periódico sorbiendo una taza de té, casi siempre satisfecho por la satisfacción que me han trasladado mis clientes. En otros tiempos, ese té era una cerveza, y en lugar del periódico, mis ojos se entretenían en buscar alguna mujer atractiva con pinta de inteligente que supiera mantener una conversación estimulante y pillara rápido mis gracias. Esos tiempos en los que podía acabar saboreando a alguien apoyada en la pila del baño, escondidos y atentos a los nudillos de otros pasajeros en la puerta. Tiempos en los que al besarla reconocía, el sabor de mi pene, escasos segundos antes relamido.

Desde luego no siempre se producían estos finales, pues la mayoría de veces se posponían a otros momentos en mi casa o en la suya al proponer una cita bien justificada.

¡Eran tiempos de solterío!  Y ahora que lo pienso…  ¡no hace tanto!

Mi té insípido se derramó por un movimiento de tren al tiempo que escuché un … -¡uuuhhhh!- muy femenino.

Al girarme me encontré con una chica rubia y una trenza acomodada en su lado izquierdo. Al mirarnos, reconocí una expresión algo avergonzada por su excesiva espontaniedad.

-Es que éste conductor va muy rápido – dijo para justificarse.

-Eso es cierto, pero si todos gritáramos ¡uuuuhhhh! cada vez que se mueve, este tren parecería el tren de la bruja. Así que, por favor, no vuelvas a gritar porque algunos tenemos cosas muy importantes en las que pensar.

Mi voz grave y seria le cambió el rostro. Su risa se tornó en seriedad y algo confusa dijo…

 -Perdón.

Al ver que no lo había pillado exageré más la situación.

-No te perdono. Estaba pensando una fórmula para la inmortalidad y me has despistado. Si algún día me muero será solamente por tu culpa.

Entonces sí que sonrió expresando un alivio que deseaba sentir.

Su sonrisa me recordó a la de una niña buena.

-Soy Luis.

-Carla.

Al presentarnos y darnos dos besos me pude fijar más en su cuerpo. Era estilizado, duro, trabajado. Sus pechos no parecían pequeños, pero una chaqueta cruzada no permitía medirlos. Llevaba gafas y sus ojos eran claros. Sus facciones y el color de su piel la podrían confundir con una sueca perfectamente, pero la calidez de su mirada y sus ademanes eran extremadamente latinos. Buenrolleros. Era una chica atractiva y con una actitud extrovertida.

-Veo que te gusta gastar bromas.

-No. No me gustan nada las bromas y menos las mías. Pero me ha parecido una buena forma de empezar a conocerte, Carla.

Entonces arqueó las cejas algo sorprendida.

-Vaya. Pero yo tengo novio.

-¿Tienes novio? –No pude evitar una sonrisa. ¡Qué bonica! Por una parte me hacía gracia que pensara  que sólo por querer hablar con ella ya implicaba que me la quería follar, o incluso ser su novio. Pero por otro lado, pensé… ¡Joder! ¡Qué intuitiva! ¡Si lo que esta chica piensa es justo lo que me he pasado toda mi vida haciendo! ¡Intentar follármela y luego intentar ser su novio!

Con el permiso mental de mi novia, quise juguetear un poco.

-¿Tienes novio? Pues vaya mierda, ¿no?

-¿Cómo?

-Si tienes novio ya no podemos seguir hablando, ¿no?

Una variante de la herramienta de persuasión Boomeregoland.

-Claro, claro… Podemos hablar.

-Incluso si nos caemos bien, hasta podemos decírnoslo.  ¿No?

-Pues sí..

-Y si por ejemplo me gusta tu mirada también te lo puedo decir, ¿no?

Carla estaba sorprendida. Estaba empezando a ser consciente de que nuestro diálogo era distinto. Quizá no estaba acostumbrada a que le dieran la vuelta a una expresión tan a la defensiva como “tengo novio” en un contexto tan poco amenazante.

-Vale, veo que eres un chico con labia.

-Tengo de todo, Carla. Labia, brazos, manos, poco pelo pero tengo…

-Ja j a ja… Ya veo, ¿a qué te dedicas?-me preguntó intrigada.

Nos pasamos un rato dándonos información, bien orientada, y vinculando nuestros intereses.

La conversación era amena. No muy brillante. Era una chica atractiva, pero no era mi estilo. Demasiado… rubia? Blanca? Rosa? Una chica estupenda. Pero no me estimulaba físicamente a pesar de que era una chica atractiva. Esas cosas que pasan por motivos misteriosos.

A pocos metros de la parada de Castellón ella me informó.

-Bajo aquí, Luis. Ha sido un placer.

Quise jugar a jugar. No había intención real, pero sí un poco de mantenimiento en esto de la seducción espontánea.

-Ha sido un placer, Carla. Pero voy a imaginarme que si hubiéramos hablado más tiempo, no pararas en esta parada y cenáramos esta noche… el placer se ampliaría, se acentuaría y abarcaría otros planos.

Ella se sorprendió una vez más. Parecía algo aliviada de que no se prolongara el viaje. Y no porque no estuviera a gusto, sino porque, desde mi humilde opinión, yo era un verdadero peligro para su relación.

-Sí. Pero no puede ser.

Quise acabar con esa palabrita que me inventé hace unos años para describir el fenómeno de que alguien te recuerde intensamente… VENENO.

-No puede ser en nuestros actos. Pero sí en nuestros pensamientos.

La miré un silencio unos segundos y saqué una voz más oscura…

-Yo, cuando te vayas, voy a imaginarme devorándote contra esa pared del tren… de espaldas… con la mitad de tu blusa quitada y los pezones apretados contra la ventanilla mientras te muerdo el cuello por detrás y te meto un buen repaso…

Ella me miró asustada, excitada…

-Me durará poco, esa idea, Carla, pero es que además de ser una chica encantadora, esa imagen me excitas mucho contigo. Espero que no te moleste mi sinceridad. No nos vamos a volver a ver y me parecería una falta de respeto a ti como mujer no hablarte de lo que me has generado. Con tu permiso… pensaré en ti hasta Valencia. Buena suerte…

-Adiós– me dijo roja como un tomate.

Y es que creo que estaba muy mojada.

Carla se fue con su novio… Y yo, en lugar de cumplir la palabra de imaginármela, entré en www.marca.com para ver cómo había quedado el Valencia c.f.

Había vuelto a perder.   

  

-¿Qué es lo que más te gusta de tu personalidad?

-Creo que soy bastante intuitiva.

-¿Y qué intuyes que va a pasar entre nosotros en  este tren?

Tras otro trago, me contestó que intuía que podía pasar algo que no tenía planeado, a lo que le  contesté que coincidía con ella en el análisis.

-¿Y tú?

-Pues antes de hablar de mí quisiera decirte que me gusta de ti es que vives el momento. Eres una mujer aventurera. ¿Me equivoco?

-No. Me gusta vivir el presente.

-Se agradece encontrarse personas que se parezcan a uno.  

-Y qué es lo que más te gusta de ti?-preguntó con interés.

-Yo diría que me gusta comunicarme con todo lo que me rodea, sobre todo con las personas que se parecen a mí.

-Sí. Conmigo desde luego te has comunicado muy bien.

-Se hace lo que se puede. Pero aún puedo comunicarme mejor.

-Ah ¿sí?

Me dí cuenta de que estábamos sólos en la cafetería y que la camarera estaba de espaldas. En ese momento la besé en los labios. Tenía una boca espléndidamente carnosa con una lengua que se movía lenta y densa.

Al acabar el beso ella pidió otra copa. Sabía  la que se le avecinaba. Y yo estaba encantado de la vida.

De hecho, durante la conversación, ella no hacía el menor esfuerzo en que conocieras sus datos personales. Y todo lo que no es normal es anormal.  Parecía evidente que estaba casada y quería darse una fiesta. Yo podía suministrarle emociones fuertes pero apenas quedaba una hora de trayecto. No tenía pinta de que una mujer en pareja pudiera retrasar su llegada a casa. Así que lo tuviera que pasar habría que intentar que sucediera en el tren.

Entonces creí conveniente empezar a enterarse de qué sitios dispone un tren para la pasión.  Lo primer que pensé es en el servicio. No iba a ser muy romántico pero sí podría ser morboso. Quizá hubiera algún cuarto de limpieza…

C. Volvió con dos copas. Una para mí y otra para ella.

La cosa estaba clara. Quería algo cañero, mandanguero y sin romanticismos de por medio.

-¿ Y qué es lo que más te gusta de ti físicamente?

-Yo creo que mi boca.

-Preciosa, por cierto. ¿Pero qué me dices de tus pechos?

-Dicen que están muy bien.

-Entiendo.

Eso me confirmó mi idea de su cuerpo.

Le pedí entonces que se desabrochara un botón de su camisa. Ella miró a su alrededor y lo hizo.

Tenía un escote absolutamente hipnótico.

-¿Qué harías tú si fueras yo y tuvieras a una mujer  como tú con tan buen gusto para elegir la ropa?

-Pues pasarlo mal. Porque estamos en un tren.

Entendí las ganas que tenía de jugar su poder sobre mí. Por lo visto llevaba tiempo sin sentirse un objeto de deseo explícitamente codiciado. Y lo cierto es que conmigo lo estaba consiguiendo. Me imaginé casado con una mujer como ella y se hizo complicado entender a su marido, si es que estaba en lo cierto. Tanto aroma y tanta curva me podría tener enganchado a su lado mientras estuviera vivo.

-Pues sí. La verdad es que me lo puedes hacer pasar muy mal. ¿Sueles hacéselo pasar mal a la gente o sólo es a mi?

Ella rió y me contestó que hacía mucho tiempo que no.  Durante más de dos minutos nos miramos hablando de el tipo de hombres y mujeres que solemos encontrarnos en la vida. Ella me dijo que se suele encontrar hombres muy tímidos que la miraban con deseo de forma incómoda. En cambio otros expresaban sus deseos muy poco acertadamente. Y que jamás ninguno le había dicho algo así en un tren.

Yo le dije algo parecido a una media verdad, que me sonó a mentira, porque me recordaba una historia parecida en un tren dirección Sevilla con una chica más jovencita, eso sí, con menos pecho.

-Pues tú debes ser la primera mujer con semejante boca, semejante escote y con tanto misterio sobre su vida, que me inspira tanto en un tren. De hecho, te daría otro beso. 

Recuerdo a mi pene en una actitud muy bélica.

 

Ella me negó con un dedo delgado y un anillo verde.

-Ahora aquí hay gente.

-Sí, un señor leyendo un periódico y la camarera. Al primero se le vé muy concentrado, y la camarera no va a poder moverse de su sitio.

Ella se divertía con sus negaciones. De hecho, parecía una cría disfrutando de sus primeros momentos de tonteo.

-Ya. Y ¿qué posibilidades crées que tengo para que al llegar a la estación te vengas a mi casa?

Ningunas.

-¿Ningunas? ¡Joder! Esto ya no mola tanto, C. Quiero que lo sepas.

-¿Tú no eras como yo, hombre de vivir el presente?

 

Esa frase sólo indicaba algo: Había que buscar un puto vagón, camarote, habitáculo o como se le llame técnicamente en menos de 10 minutos. 

-Nos vamos de paseo, C. No te cojo la mano pero imagínate que estamos cogidos.- le dije para evitar incomodarla ante la gente.

Sus ojos brillaron por un momento más de lo habitual. Era una mujer verdaderamente atractiva.

Decenas de caras dormían, leían o se entretenían con la película de las pantallas. Eran completamente ajenos a la escena bélico-emocional-sexual en la que C. y yo nos encontrábamos. Atravesamos pasillos y en cada línea negra que había en las paredes, yo rascaba como si hubiera una puerta. Todo estaba cerrado y aquello a ella le hacía gracia.

-Estamos teniendo muy mala suerte, C.

-O buena. Depende de cómo lo miremos.

-Yo lo veo mal. ¡jajajaja! Y tú deberías verlo igual, C.

-Es muy divertido.– me dijo.

Ella solita nos hacía los NARRADORES. Y vedaderamente era divertido. Pero yo estaba más cachondo que un orangután keniata, y aquello, estaba convencido se podría convertir en algo más divertido todavía si cualquier de esas puertas de plástico se abrieran.

Entonces volví a besarla. 

Nos dirigimos al servicio más cercano. Estaba ocupado.

Por un instante nos dimos cuenta de que la excitación era mútua. Esperamos una eternidad, pero al final se abrió la puerta del baño y salió una señora de la cual no recuerdo su cara.

Justo a punto de entrar me dijo con un tono de voz de disculpa que tenía el periódo pero que me podía hacer feliz de todas formas.

 

-Tengo el periodo.

 

Un cuarto de hora después, C. me dijo que no iba a darme el teléfono ni ninguna forma de contacto. Llegamos a la estación y se aseguró de salir por una puerta distinta a la mía.Mientras arrastraba mi maleta, la vi con un hombre alto, mayor y bastante guapo.

Seguramente su marido.

Me sentí confuso. Una mezcla de paz y de placer. Una mezcla de tristeza y de haberme sentido utilizado..  ¡Cómo nos parecemos las mujeres y los hombres! Algo bello al fin y al cabo.

-¿Qué es lo que más te gusta de tu personalidad?

-Creo que soy bastante intuitiva.

-¿Y qué intuyes que va a pasar entre nosotros en  este tren?

Tras otro trago, me contestó que intuía que podía pasar algo que no tenía planeado, a lo que le  contesté que coincidía con ella en el análisis.

-¿Y tú?

-Pues antes de hablar de mí quisiera decirte que me gusta de ti es que vives el momento. Eres una mujer aventurera. ¿Me equivoco?

-No. Me gusta vivir el presente.

-Se agradece encontrarse personas que se parezcan a uno.  

-Y qué es lo que más te gusta de ti?-preguntó con interés.

-Yo diría que me gusta comunicarme con todo lo que me rodea, sobre todo con las personas que se parecen a mí.

-Sí. Conmigo desde luego te has comunicado muy bien.

-Se hace lo que se puede. Pero aún puedo comunicarme mejor.

-Ah ¿sí?

Me dí cuenta de que estábamos sólos en la cafetería y que la camarera estaba de espaldas. En ese momento la besé en los labios. Tenía una boca espléndidamente carnosa con una lengua que se movía lenta y densa.

Al acabar el beso ella pidió otra copa. Sabía  la que se le avecinaba. Y yo estaba encantado de la vida.

De hecho, durante la conversación, ella no hacía el menor esfuerzo en que conocieras sus datos personales. Y todo lo que no es normal es anormal.  Parecía evidente que estaba casada y quería darse una fiesta. Yo podía suministrarle emociones fuertes pero apenas quedaba una hora de trayecto. No tenía pinta de que una mujer en pareja pudiera retrasar su llegada a casa. Así que lo tuviera que pasar habría que intentar que sucediera en el tren.

Entonces creí conveniente empezar a enterarse de qué sitios dispone un tren para la pasión.  Lo primer que pensé es en el servicio. No iba a ser muy romántico pero sí podría ser morboso. Quizá hubiera algún cuarto de limpieza…

C. Volvió con dos copas. Una para mí y otra para ella.

La cosa estaba clara. Quería algo cañero, mandanguero y sin romanticismos de por medio.

-¿ Y qué es lo que más te gusta de ti físicamente?

-Yo creo que mi boca.

-Preciosa, por cierto. ¿Pero qué me dices de tus pechos?

-Dicen que están muy bien.

-Entiendo.

Eso me confirmó mi idea de su cuerpo.

Le pedí entonces que se desabrochara un botón de su camisa. Ella miró a su alrededor y lo hizo.

Tenía un escote absolutamente hipnótico.

-¿Qué harías tú si fueras yo y tuvieras a una mujer  como tú con tan buen gusto para elegir la ropa?

-Pues pasarlo mal. Porque estamos en un tren.

Entendí las ganas que tenía de jugar su poder sobre mí. Por lo visto llevaba tiempo sin sentirse un objeto de deseo explícitamente codiciado. Y lo cierto es que conmigo lo estaba consiguiendo. Me imaginé casado con una mujer como ella y se hizo complicado entender a su marido, si es que estaba en lo cierto. Tanto aroma y tanta curva me podría tener enganchado a su lado mientras estuviera vivo.

-Pues sí. La verdad es que me lo puedes hacer pasar muy mal. ¿Sueles hacéselo pasar mal a la gente o sólo es a mi?

Ella rió y me contestó que hacía mucho tiempo que no.  Durante más de dos minutos nos miramos hablando de el tipo de hombres y mujeres que solemos encontrarnos en la vida. Ella me dijo que se suele encontrar hombres muy tímidos que la miraban con deseo de forma incómoda. En cambio otros expresaban sus deseos muy poco acertadamente. Y que jamás ninguno le había dicho algo así en un tren.

Yo le dije algo parecido a una media verdad, que me sonó a mentira, porque me recordaba una historia parecida en un tren dirección Sevilla con una chica más jovencita, eso sí, con menos pecho.

-Pues tú debes ser la primera mujer con semejante boca, semejante escote y con tanto misterio sobre su vida, que me inspira tanto en un tren. De hecho, te daría otro beso. 

Recuerdo a mi pene en una actitud muy bélica.

 

Ella me negó con un dedo delgado y un anillo verde.

-Ahora aquí hay gente.

-Sí, un señor leyendo un periódico y la camarera. Al primero se le vé muy concentrado, y la camarera no va a poder moverse de su sitio.

Ella se divertía con sus negaciones. De hecho, parecía una cría disfrutando de sus primeros momentos de tonteo.

-Ya. Y ¿qué posibilidades crées que tengo para que al llegar a la estación te vengas a mi casa?

Ningunas.

-¿Ningunas? ¡Joder! Esto ya no mola tanto, C. Quiero que lo sepas.

-¿Tú no eras como yo, hombre de vivir el presente?

 

Esa frase sólo indicaba algo: Había que buscar un puto vagón, camarote, habitáculo o como se le llame técnicamente en menos de 10 minutos. 

-Nos vamos de paseo, C. No te cojo la mano pero imagínate que estamos cogidos.- le dije para evitar incomodarla ante la gente.

Sus ojos brillaron por un momento más de lo habitual. Era una mujer verdaderamente atractiva.

Decenas de caras dormían, leían o se entretenían con la película de las pantallas. Eran completamente ajenos a la escena bélico-emocional-sexual en la que C. y yo nos encontrábamos. Atravesamos pasillos y en cada línea negra que había en las paredes, yo rascaba como si hubiera una puerta. Todo estaba cerrado y aquello a ella le hacía gracia.

-Estamos teniendo muy mala suerte, C.

-O buena. Depende de cómo lo miremos.

-Yo lo veo mal. ¡jajajaja! Y tú deberías verlo igual, C.

-Es muy divertido.– me dijo.

Ella solita nos hacía los NARRADORES. Y vedaderamente era divertido. Pero yo estaba más cachondo que un orangután keniata, y aquello, estaba convencido se podría convertir en algo más divertido todavía si cualquier de esas puertas de plástico se abrieran.

Entonces volví a besarla. 

Nos dirigimos al servicio más cercano. Estaba ocupado.

Por un instante nos dimos cuenta de que la excitación era mútua. Esperamos una eternidad, pero al final se abrió la puerta del baño y salió una señora de la cual no recuerdo su cara.

Justo a punto de entrar me dijo con un tono de voz de disculpa que tenía el periódo pero que me podía hacer feliz de todas formas.

 

-Tengo el periodo.

 

Un cuarto de hora después, C. me dijo que no iba a darme el teléfono ni ninguna forma de contacto. Llegamos a la estación y se aseguró de salir por una puerta distinta a la mía.Mientras arrastraba mi maleta, la vi con un hombre alto, mayor y bastante guapo.

Seguramente su marido.

Me sentí confuso. Una mezcla de paz y de placer. Una mezcla de tristeza y de haberme sentido utilizado..  ¡Cómo nos parecemos las mujeres y los hombres! Algo bello al fin y al cabo.

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